Recientemente, decidí rescatar del olvido el documental que la BBC realizó allá por el año 1995 sobre el conflicto de Yugoslavia. Me lo tragué entero, los seis capítulos, en un par de noches desveladas, después de que mi compañera de trabajo me comentara que ya estaba disponible en youtube con subtítulos en español. Historia viva de Europa, me dije, al ver a Sloboban Milosevic, a la postre presidente de la República de Serbia, dejando su testimonio en partes del documental. También tienen su hueco, en los sucesivos capítulos, el presidente electo de la República de Croacia, Franjo Tudjman, su homólogo de la República de Bosnia-Herzegovina, Alija Izetbegović, los presidentes de Macedonia, de Eslovenia, de Montenegro. El líder de la mayoría albanesa en Kosovo. Militares serbios, croatas, bosnios. Altos funcionarios de la República Federal de Yugoslavia, y así un largo etcétera de protagonistas directos del conflicto más sangriento y brutal en Europa desde la II Guerra Mundial.
Sin embargo, lo que más impresiona de aquel conflicto es que se desarrolló, con toda su violencia, a escasas tres horas de vuelo de Madrid, de Londres, de París. Al lado de casa, que diría cualquiera. El miedo de los croatas a los chetniks, aquellos guerrilleros ultranacionalistas que, durante la primera mitad del siglo XX, representaban la parte más conservadora del pueblo serbio, contrastaba con el pavor que los mismos serbios y otras minorías tenían a un posible resurgimiento del también movimiento ultranacionalista ustacha, “alzados” en croata, que de 1941 a 1945, y con el apoyo de las potencias del eje, proclamó la República Independiente de Croacia, aquella que masacró sin piedad a judios, gitanos y a la minoría serbia que vivía allí. La brutalidad de los ustachas del dictador Ante Pavelic (que curiosamente está enterrado aquí, en Madrid, en el cementerio de San Isidro, ya que falleció en la capital de España durante su exilio) fue tal, que hasta los propios nazis censuraron en ocasiones sus razzias, sobre todo las que se realizaban contra la minoría serbia, ya que la excesiva crueldad con la que se empleaban los ustachas ayudaba a que parte de la población serbia se pasara a los partisanos comunistas de Tito.
Resurgimiento de odios y miedos ya olvidados, de ideologías nacionalistas enterradas durante las cuatro décadas en las que el mariscal Tito mantuvo unida a la Yugoslavia socialista de la integración y la solidaridad entre repúblicas. Así comenzó todo.
No importa quien hizo estallar la chispa, Milosevic, Tudjman, Jovic, Vllasi. La realidad es que, en apenas año y medio desde los primeros conflictos en Kosovo, Yugoslavia se precipitó a la guerra, a la limpieza étnica, a la vieja fórmula de reclamar territorios ajenos como propios con la excusa de anexionar a poblaciones étnicamente afines. Todo el conflicto yugoslavo apesta a crisis de los Sudetes, aquel territorio perteneciente a Checoslovaquia con mayoría de población germano-parlante que Hitler reclamó (y después ocupó) como parte del Reich. Apesta a eso, y a la inacción de las potencias occidentales, supuestas garantes de la paz, que mostraron desde el inicio del conflicto yugoslavo la misma capacidad de decisión que en los Sudetes. Es la sensación de siempre. El eterno retorno de Nietzsche. Los lugares y los personajes cambian, pero la historia se repite.
El caso es que, tras visionarme el documental, buceé por internet buscando bibliografía, información, algo que refrescara mis conocimientos sobre la historia de los Balcanes en el siglo XX. Tras una semana leyendo sobre el tema, encontré en youtube otro documental, este de la ESPN, producido en 2010, que me llamó poderosamente la atención. Titulado “Hermanos y Enemigos: Petrovic y Divac”, narra la amistad que surgió entre Drazen Petrovic y Vlade Divac, compañeros de la selección yugoslava de baloncesto. Ambos fueron los primeros jugadores yugoslavos en fichar por equipos de la NBA, Drazen por los Trail Balzers y Divac por los Lakers. De fondo, el conflicto yugoslavo provocado por el resurgimiento de los nacionalismos. El punto clave, la final del mundial en Argentina, año 1990. Cuando los jugadores yugoslavos celebran la victoria en la final, un espontáneo salta a la cancha con una bandera croata. En ese instante, Vlade Divac le arrebata la bandera y la lanza con desprecio. La celebración continua sin más incidentes y tanto él (serbio) como Petrovic (croata) gritan en medio de la cancha con la bandera de la República Federal de Yugoslavia llevada en volandas por ellos mismos y sus compañeros.
Pero ese incidente marcará para siempre la relación entre ambos amigos. Las cosas en casa empeoraban y ese supuesto desprecio a la bandera croata por parte de Divac le iba a pasar factura. Convertido en un héroe para los serbios y en un villano para los croatas, Drazen no le perdonó jamás aquello. Y su relación se enfrío, a pesar de que Vlade siempre mantuvo que él hubiera hecho lo mismo si aquel espontáneo hubiera llevado la bandera serbia. Él era yugoslavo, y más allá de la política, para él eran lo mismo un serbio que un croata, un bosnio que un esloveno, un kosovar que un macedonio. Quizá si un buena parte de los yugoslavos hubiera pensado como Vlade, las cosas hubieran sido de otro modo.
No obstante, lo que más me llamó la atención de este documental, a parte de ser una historia triste pero muy bonita que recomiendo encarecidamente, es la parte final. Para sacarse esa espina clavada, Divac viaja a Croacia para visitar a la familia de Drazen, con el que jamás se pudo reconciliar (Petrovic falleció en accidente de tráfico en 1993). Las cámaras enfocan su llegada a Zagreb, donde los viandantes le miran con recelo y extrañeza. Casi todo el mundo lo reconoce, pero nadie hace ni el más mínimo gesto de saludarle. Es entonces cuando el cámara de la ESPN pregunta a un chico relativamente joven que pasa por allí. Y el chico, al ver a Divac, una superestrella de la NBA, campeón del mundo y de Europa con Yugoslavia, únicamente emplea una palabra.
¿Divac?
Chetnik.
20 años después, los fantasmas del pasado aún parecen perdurar en el corazón de Europa.
Juanma Andrés